Textos
A continuación una selección de textos de Melker Garay que han sido publicados, durante el año, en periódicos suecos y extranjeros,medios sociales, etc.
Desde reflexiones sobre lo que un cielo estrellado y centelleante nos otorga, hasta sobre la máquina como metáfora de la sociedad en que vivimos. Los textos tienen un carácter ensayista, pero son breves, adaptados al mundo de Internet que con todas sus aplicaciones se introduce más y más en nuestras vidas.
La máquina
La máquina tiene vida propia. Allí está impulsada por EL TENER QUE, que una vez le entregamos. Los gastos de adquisición tienen que reducirse. Leer más »
En el parque juegan algunos niños, levantan sus brazos como si fueran molinos de viento y yo les escucho cuando ríen. Alguna vez también lo hicimos. Pero fue hace mucho tiempo. Hace tanto tiempo que apenas lo recordamos. Porque desde pequeños somos introducidos lentamente en el mundo de los adultos. En una sola dirección; de niño a adulto, de una vivaz fantasía a una razón descolorida; desde una inocencia despreocupada hasta una experiencia seria y pesada. Mas ¿adónde diablos se fue la fantasía?
El rebelde que llevamos dentro también ha sido domado. La sumisión ha tomado su lugar. Intentamos protestar. Pero no vale la pena. La sumisión es el eje principal en la monstruosa máquina que nosotros mismos hemos construido. Una máquina que solo quería nuestro bien y que con el tiempo fue elevada hasta algo inviolablemente sagrado. Ahora, ¿qué diferencia hay entre un día de otro, cuando la rutina es el precio que pagamos para mantener la máquina? Y qué sucede el día que nos preguntamos: ¿Adónde diablos se fue la alegría?
¿Cómo podemos adquirir una visión de conjunto de la máquina, cuando cada vez nuestras miras son más estrechas? ¿Y cómo voy a concebir un pensamiento completo sin ser perturbado por el bullicio incesante del mecanismo de la máquina? ¿Y cómo mi propio Yo seguirá siendo el mismo cuando la máquina paulatinamente penetra en mí? Porque la máquina crece, crece y crece porque quiere mi bien. Sí, así es, pues se dice que la máquina quiere mi propio bien… y mañana voy a sentirme mucho mejor. Pero, al finalizar, grito: ¿Adónde diablos se fue el sentido de nuestra vida?
La máquina tiene vida propia. Allí está impulsada por EL TENER QUE, que una vez le entregamos. Los gastos de adquisición tienen que reducirse. El personal tiene que disminuirse. El margen de ganancias tiene que aumentar. Los impuestos tienen que bajar. La privatización tiene que incrementarse. La solidaridad tiene que redefinirse. El amor tiene que materializarse. La vida tiene que comercializarse. Y aquel que grita su: “¿Adónde diablos…?” tiene que ser silenciado.
Verdad en la religión
Fe es fe, y nada más que fe –prescindiendo de lo grande que sea y prescindiendo de la probabilidad rayana de ser certeza. Leer más »
¿Adónde se va el amor al prójimo cuando los artículos de fe de las religiones se convierten en la verdad absoluta? ¿Acaso no es terrible cuando la fe se convierte en algo tangible? En todas las pretensiones de ser dueño de la verdad existe un germen de intolerancia y violencia; exigencias que pueden lograr que un creyente levante una piedra y se la lance al que no tiene la verdadera fe.
¿Quiénes tienen la mayor responsabilidad por todo el daño que se causa en el nombre de las religiones? La respuesta está en mano de los líderes religiosos que no tienen el coraje de hablar de la necesidad de humildad ante las diferentes nociones de fe de las personas. Cuando los curas, imanes y rabinos permiten que una palabra sagrada o un sacramento sean predominantes en los principios morales, entonces cada cual de ellos, en su convicción religiosa, olvida que la moral no es algo que se pueda medir. Porque la moral es un discurso entre individuos, la moral es lo que une a las personas, la moral es aquello que nos dará un mundo en el que podremos vivir juntos y en paz. Pero cuando la moral se convierte en singular –cuando es una verdad– entonces hemos creado un “nosotros y ellos” y finalmente terminamos lanzándole piedras a quien no profesa la verdadera fe.
Fe es fe, y nada más que fe –prescindiendo de lo grande que sea y prescindiendo de la probabilidad rayana de ser certeza-. La fe jamás podrá ser un conocimiento. Porque, ¿cómo se podría demostrar una fe? ¿Cómo podrían dos personas inteligentes, diametralmente opuestas en sus creencias sobre las nociones de la fe, convencerse la una a la otra en un asunto que no se puede medir ni pesar? ¿Quién puede, sin ser deshonesto con su propia razón, decir: “yo tengo la verdad sobre Dios y sobre las escrituras más sagradas”?
Cuando los líderes religiosos omiten destacar claramente los límites de la fe, entonces las piadosas palabras de Dios y los sacramentos se han convertido en algo más importante que el amor a la humanidad.
El celibato
Si la propagada pedofilia no es un argumento contra el celibato, ¿existe entonces, por lo menos, algún argumento al que la Iglesia Católica pueda recurrir para cambiar su actitud en cuanto al celibato? Leer más »
¿Cómo puede un cura católico vivir con su instinto sexual a cuestas cuando se ha comprometido a permanecer toda su vida en celibato?
Debería funcionar. Porque se dice que el instinto sexual no es un problema cuando uno ha consagrado su vida a Dios. Así se piensa, y además se asegura, que el celibato es la señal máxima de entrega a Dios. Que este instinto sea una fuerza fundamental en cada persona, se cree que carece de importancia; una fuerza que los comprometidos curas creen poder controlar de una manera ejemplar. No hay por qué extrañarse de que la Iglesia Católica, obstinadamente, se niegue a darse cuenta de la relación entre el obligado celibato y los numerosos abusos sexuales (documentados) contra niños que algunos curas han cometido.
El teólogo Peter Lodberg de la Universidad de Århus en Dinamarca ha dicho lo siguiente:
La Iglesia Católica tiene que reconsiderar el celibato y la reservación que tiene en cuanto a la sexualidad. Ha creado una cultura en la cual se reprime lo sexual y se pueden ocultar las inclinaciones sexuales. La Iglesia debe reflexionar si el celibato favorece a una cultura insana que atrae pedófilos.
No obstante, la pregunta continúa: ¿Cómo puede un cura católico vivir con su instinto sexual consigo cuando se ha comprometido a pasar toda su vida en celibato?
Según el Papa, los innumerables casos de pedofilia dentro de la Iglesia Católica no entregan ninguna orientación en este asunto.
Si la propagada pedofilia no es un argumento contra el celibato, ¿existe entonces, por lo menos, algún argumento al que la Iglesia Católica pueda recurrir para cambiar su actitud en cuanto al celibato? Y si la Iglesia no puede dar un ejemplo de un semejante argumento, ¿no se ha franqueado, entonces, el límite que separa el razonamiento del pantano mental, que comúnmente llamamos demencia?
Pordioseros
¿Por quién se irrita uno en realidad al ver un pordiosero en las puertas de los supermercados? Leer más »
Existen quienes, con una expresión severa, dicen: “Jamás doy dinero a los pordioseros”, y aseguran, además, que es lo mejor que se puede hacer para deshacerse de ellos.
¿Qué postura hay que tomar ante esta forma de expresarse en cuanto a los pordioseros?
Todos luchamos por tener una mejor situación económica porque, como se sabe, nunca es suficientemente buena. Y así somos alentados en la actualidad a mirar por nuestros propios intereses materiales. Ha sido de Perogrullo que debemos poseer todas las cosas que existen a nuestro alrededor. Se puede pensar que esto está bien, especialmente cuando hemos aprendido que el consumismo crea más trabajo y empleo. Pero las preguntas siempre serán: ¿A qué precio ocurre esto? ¿Y cómo influye nuestra persecución económica en nuestro modo de ver a otras personas? ¿Cuánto se tiene que dejar fuera de nuestro campo visual para lograr las aspiraciones personales de vivir materialmente bien? ¿No ha sido así que a veces tienen que cerrarse los ojos para no ser molestado en nuestra abundancia económica? Y aquí surge la pregunta, cuando tenemos los ojos bien cerrados: ¿Cómo se puede sentir empatía entonces por esa persona que mendiga con hambre en las calles? Entonces, no se tarda mucho en decir: “Yo nunca doy dinero a los pordioseros”.
¿Por quién se irrita uno en realidad al ver un pordiosero en las puertas de los supermercados? ¿Por el pordiosero con su mano tendida, o porque el pordiosero nos recuerda nuestra propia carencia de amor al prójimo?